sábado, 16 de mayo de 2020

Las lecciones que la vida

Después de ocho años de estar en una institución, me trasladé en el año 2014 y de repente me encontré con que todo lo que en la anterior institución y aun antes de ser empleada pública, era mi fortaleza, de repente no era suficiente, de repente nunca daba la talla, pero nadie sabía decirme con exactitud en qué fallaba.

Así pasó el tiempo y un día de tantos se presentaron un par de situaciones espantosas que años después voy asimilado, pues sin quitarme las responsabilidades que me habían asignado desde que entré a la institución donde hoy trabajo, me asignaron nuevas responsabilidades bajo las órdenes de la persona que formalmente era mi jefe. Desde el día que me lo dieron la noticia de que trabajaría con él me entró un nudo en el estómago, ya que sentí que eso era una especie de cáscara de banano y que buscaban que yo me resbalara para poder despedirme y darle la plaza a otra persona.

Fue así como de repente, impulsada por el miedo a perder mi trabajo, yo en lugar de pedir que me definieran prioridades y me quitaran algunas de las responsabilidades que ya tenía, fui aceptando cada día mas tareas, olvidándome casi de vivir y teniendo como prioridad cumplir con todo lo que se me asignada, incluso si eso significaba quedarme hasta horas de la noche o trabajar fines de semana.

Un día de tantos, en medio de tanta presión, cometo un error de forma, algo muy sencillo y sin repercusiones, entonces me llama el jefe y me da la gritada, me dice que ese mínimo error lo deja expuesto y que el siguiente error que cometiera, habría una amonestación verbal, que en la práctica se traduce en una falta que queda consignada en tu expediente y además de repercutir en un récord personal (que como ya dije siempre había sido sobresaliente), me pondría en peligro, pues hasta donde yo sabía (luego resultó que no era así), con una amonestación más me despedirían sin responsabilidad patronal.

Ese día, luego de la amenaza directa que recibí, no paré de llorar y como solía sucederme hasta hace muy poco, luego me fui a mi oficina casi descompuesta y cuando ya fue hora de irme, me fui al local de comida rápida de unas amistades y una de las dependientas me hizo un masaje para reanimarme.

Al día siguiente le conté la historia a un compañero de trabajo, quien se ofreció a pedirme un traslado de oficina, la cual se concretó como un mes después y eso condujo a un segundo capítulo aun mas amargo que el primero, pues las agresiones continuaron y se fueron a lo personal, a intentar destruirme como ser humano, pues la jefatura usó lo que para ella eran defectos de carácter para ocultar sus celos y su temor a ser desplazada en su puesto de jefatura, pese a no estar interesada y no reunir los requisitos legales.

De forma simultánea, a partir de la historia con la primera jefatura, busqué ayuda profesional, misma que me ayudó a soportar la segunda situación y estando en ese proceso, mi mamá enfermó y eso hizo que mi vida cambiara radicalmente, mis prioridades dejaron de ser las laborales y me aboqué a coordinar cosas relativas con su cuidado, incluyendo las citas médicas, ocuparme de recetas, medicinas y alistar medicamentos.

Para febrero de este año 2020, la jefatura fue aun más allá en sus hostigamiento y me pidió expresamente que dejara de hablar del tema de mi madre, que ya tenía cansados a todos en mi oficina y eso hizo que nuevamente yo explotara, pidiera un nuevo cambio de oficina y exigiera al resto de la familia que me reemplazara en el cuidado de mami, máxime que la mayoría se desentendía del tema (salvo en  lo financiero y algunas cosas de logística).

Una vez libre de mis responsabilidades directas del cuidado de mi mamá, empecé a ocuparme de arreglar temas relativas a mi patrimonio, lo cual generó un conflicto familiar más fuerte que los anteriores e hizo que yo buscara nuevamente ayuda profesional, coincidiendo esta nueva solicitud de ayuda psicológica, con el inicio de la pandemia.

A raíz de esta segunda etapa de consultas psicológicas, entendí las razones por las que una y otra vez la vida se encargaba de poner en mi camino personas que me maltrataran verbalmente, entendí cuál era esa lección que la vida quería que yo aprendiera y eso marcó una nueva etapa de mi vida, misma que me está permitiendo entender el por qué de mi comportamiento ante diferentes situaciones y personas, e incluso me permitió acercarme a aquellas personas de las que me alejé por miedo a que me hirieran, sin tener presente que ese peligro no existía en la mayoría de los casos, y en los casos que confirmé que ese peligro sí existía, he podido volver a alejarles, esta vez sin cargos de conciencia y completamente segura de mi decisión.

Todavía me quedan muchas cosas que mejorar y algún otro capítulo del pasado al cual ponerle punto final, pero eso lo escribiré en algún momento, confiando en que no pase tanto tiempo como ha pasado para escribir esta que están leyendo hoy.





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